El día que me convertí en mamá, hoy … 4 años después.

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mayo 10, 2019 5:51 pm

Mi historia narrada del corazón.

Hace 4 años me convertí en mamita y, no les voy a mentir, fue bastante difícil y confuso al inicio, pero … trataré de empezar por el principio.
Llevaba casada ya algunos años cuando mi esposo y yo decidimos que era tiempo de ampliar nuestra familia. En aquel tiempo seguíamos inmersos en un estilo de vida de fiestas, eventos sociales, viajes y descanso los fines de semana.

Por fin nació nuestro gran tesoro, lleno de júbilo, alegría y salud. Y, al salir del hospital nos enfrentamos con la realidad, lo que no te dicen antes de convertirte en mamá. Para empezar, ni mi esposo ni yo sabíamos que los bebés comían cada 2 horas y media, que no eran como los de las películas donde te muestran a los bebés solo comiendo y durmiendo tranquilamente, que no importaba cuán preparados profesionalmente estemos, no sabíamos bañarlo, ni ponerle un pañal, ni limpiarlo.

Me recuerdo los primeros días, desvelada, durmiendo mientras el bebé dormía, así fueran las 12 del día, con ojeras, desarreglada, despeinada, con leche derramada en mi ropa. Recuerdo ese día cuando me sentí realmente abrumada, mi bebé lloraba, yo no me había bañado, mi esposo también estaba durmiendo un poco y me di cuenta que no le había dado de desayunar a mi perrito, mi perrhijo, me sentí la peor madre del mundo, lloré y estaba confundida, caí en cuenta que mi bebecito sería mi responsabilidad para toda la vida y, créanme, que no soy una persona que huye de sus responsabilidades, solamente sentí que necesitaba un abrazo de mi mamá, de su orientación, de su consuelo. Cuando pasaron dos semanas de estar encerrada en casa, me sentía angustiada, inclusive llegué a decirle a mi esposo que prefería salir a trabajar y que él se quedara todo el día en la casa, pues sentía que todo el día pasaba igual.

Llegó el momento de regresar al trabajo, mi corazón se apachurró cuando tuve que dejar a mi amorcito chiquito, de separarme de su dulce olor, sentía que era una criaturita que me necesitaba mucho. Pero, por el otro lado, yo necesitaba a la mujer trabajadora, a la de los logros y retos laborales. No saben qué confusión tuve por esos primeros 2 años donde solo esperaba la hora de la comida o de la salida para correr a ver a mi niño, que aquellos congresos en playa, viajes pagados por la empresa o cenas suntuosas en la noche, ya no significaban nada para mí. Fueron los dos años más difíciles de mi vida porque, por un lado, quería estar con mi hijo, pero por el otro, quería seguir trabajando y capitalizar mi experiencia laboral y educativa. Fueron dos años donde disciplinadamente sacaba mi extractor a la hora de la comida de niño, guardaba su leche con amor y llegaba a darle su toma de la tarde, no importa cuán cansada estuviera, toda la tarde era para él y para mí, para jugar, para llevarlo a sus clases de estimulación temprana, para amarnos y para decirle que sí me importaba, que yo trabajaba, pero sí me importaba. Cuánto nos culpamos algunas mamás que tenemos que salir a trabajar fuera de la casa, pero que también me hubiera culpado si no hubiera seguido trabajando. ¡Qué paradoja más difícil para una mamá!

Finalmente, y con mucho dolor de mi corazón decidí separarme de la empresa donde trabajaba, después de 2 años de vivir corriendo entre mi niño y las metas de ventas. No sabía lo que me esperaba el destino al volver a ser emprendedora para poder trabajar en mis propios tiempos y gozar más a mi familia.

Cuando mi niño entró al kínder descubrí que el mundo giraba más allá de juntas de trabajo, metas anuales, planeación corporativa y premios. Descubrí que había algo llamado desayunos de mamás donde no solo se trataba de organizar los próximos eventos de los niños, sino de conocernos y hacer nuevas amigas, amigas que estaban pasando por lo mismo que yo, que nos reíamos de las mismas cosas y que compartíamos las mismas preocupaciones.

Y su primer festival, qué cosa tan maravillosa fue, no podía parar de agradecerle a Dios por permitirme estar viviendo estas experiencias. Me sentía orgullosa y enamorada de mi pequeño amor y, me di cuenta, que todas las dudas que tenía al volverme emprendedora, se habían disipado al apreciar cada momento del crecimiento de mi hijo.

Cada vez que salgo a desayunar con mis amigas, mamitas de los amiguitos de mi niño, doy gracias en silencio y no puedo evitar pensar qué estaría haciendo si hubiera seguido trabajado en el corporativo, me imagino a mí misma perdiéndome de esas amigas, de esos chistes, de esos momentos que desestresan el alma.

Cuatro años después, les puedo decir que una de las mejores cosas de mi maternidad son las sonrisas de mi niño, sus logros, sus festivales y por supuesto los desayunos con mis hermosas amigas con quien comparto mucho más allá de una buena comida.

No cabe duda que ser mamá es un regalo de Dios para convertirnos en mejores personas.

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